Lo que me molesta es que  no hayas pedido perdón, papá

Para nadie es un tema desconocido que dentro del núcleo familiar ocurran el mayor número de abusos sexuales a menores de edad, y es que a veces es en la calidez del hogar donde existe más vulnerabilidad.

Está latente la presión, sabes que algo no anda bien, piensas y viene un silencio -No es normal sentirme así-.

«Eran las siete de la mañana, es verano y ya está soleado. Me desperté por los ruidos que hacía mi papá al andar en la casa antes de ir al trabajo, pero me gana el sueño y trato de dormir de nuevo. Pasa a despedirse de mi, piensa que estoy dormida en mi cama, llevo pijama de verano; una camisola celeste que me gustaba mucho.

Ya me había pasado antes, sentir miradas sexualizadas o que mi papá tocara mi cuerpo cuando pasaba al lado mío o cuando jugábamos como padre e hija, pero esa mañana ya era grande; no era la niña pequeña que no entendía lo que pasaba, ya había entendido que un día cuando jugué con un vecino más grande y me dijo que jugáramos al doctor no era un juego inocente, cuando un primo lejano me tocó por la noche no era una muestra de cariño, cuando un tío me sentó en sus piernas y las tocó.. ya había entendido que eso no estaba bien.

Esa mañana sentí sus manos frías por mi cuerpo, quise moverme y gritar, darle una cachetada o huir, pero me quedé paralizada frente a esa imagen de autoridad que la sociedad le otorga a los padres. Tenía 13 años y toda mi vida había estado rodeada de episodios de abusos, ya no quería seguir sufriendo a causa de una obsesión, de una adjetivación de mi cuerpo, de una enfermedad que sólo causaba que el alma esté inquieta.

No hice nada, esperé a que mi papá se fuera de la casa, me senté en mi cama y me largué a llorar -nunca he podido olvidar esa sensación de corazón apretado que no te deja respirar-, es como si nuestro cerebro tuviese memoria de las emociones que experimentamos-, grité: Mamá, mamá, ella llegó. Le conté lo que pasaba, lo que había pasado hace algunos minutos, pero no recuerdo un abrazo cálido ni palabras de calor de madre, sólo este texto insensible: cuando llegué tu papá a la casa hablaremos los tres.

Mi mamá siempre supo de los abusos, pero los justificaba y simplemente no hacía nada.

Llegó la noche, mi papá llegaba del trabajo tarde. Mis papás se encerraron en la pieza, estaban conversando de mi. Yo no sabía cuál podía ser la solución, sólo sollozaba. Mi mamá me llamó y me sentó en frente de mi papá, actuando como mediadora me preguntó textualmente: ¿Tu crees que tu papá podría hacerte algo así?. Me derrumbé sobre mis pies y sentada y asustada por la mirada de mi papá respondí: No.

Me sentí desprotegida, sola y vulnerable.. estaba sola luchando contra un adulto. Comencé a cerrar mi pieza con llave cuando dormía, empecé a usar ropa más grande que la de mi talla, la ropa lo más holgada posible para que no me mirara, empecé a comer mucho para engordar que mi papá no me encontrara atractiva – eran mis métodos de protección-.

Tuve desórdenes alimenticios, bulimia y anorexia no tratada.. mis papás sabían, pero no me ayudaron jamás con eso.

Los años siguientes fueron más tranquilos desde el punto en que dejaron de haber tocaciones, pero el bollerismo seguía existiendo en mi casa. Mi papá siempre me miraba las pechugas, las nalgas, las piernas y cuando pasaba al lado mio trataba de rozar su cuerpo con el mio. No me gustaba estar en mi casa, ni tener que mirarlo a los ojos, a ratos quería dejar de existir. Tomé una sobredosis de pastillas para dormir una vez, no quería verlo en días.

Para el mundo mi papá era el padre perfecto; iba a mis reuniones del colegio, cocinaba, limpiaba la casa, trabajaba harto y se había quedado con la custodia de nosotras tras la separación de mis papás. Pero esa rabia interna, ese miedo a los hombres adultos o el recuerdo no me dejaba hacer una vida tan normal. En el colegio era introvertida, me molestaban por ser gorda, no tenía muchos amigos.. me apagaba todos los días y nadie me devolvía los días nublados».

Ya más grande a penas pude me fui de la casa, quería tener el menor contacto posible con mi papá. A veces lo odiaba con toda mi alma, lloraba de rabia e impotencia, pensando en el por qué no tenía un adulto que protegiera de mi, pero con la adolescencia vino mi seguridad y poco a poco uní los pedazos de corazón que tenía trizados y me hice una mujer fuerte emocional.

Lamento que mis padres se hayan perdido la oportunidad de conocerme bien y saber qué es lo que me gusta, que hayan perdido la oportunidad de amar inmensamente e incondicionalmente, pues ambos ya no forman parte de mi vida hoy en día.

Pero el paso de los años me ha enseñado que esos hechos sólo le entregaron fortaleza a mi corazón y que pese a que mi niñez fue opacada siempre podemos encontrar un camino que nos haga sentir mejor. Somos millones  los adultos que de niños vivimos algún tipo de abuso y aquí estamos, sonriendo y respirando.