Cómo el abuso sexual aún tiene consecuencias en mi

Hace mucho tiempo que he querido escribir esto, pero mi mente me detiene al pensar que quizás nadie me entienda, mi mente me detiene porque sé digitar esto dolerá…
Hace más de un año hice un post público del abuso sexual del que fui víctima hasta los 18 años, cometido por mi padre biológico Julio César Benavides Cárdenas y otros familiares.
Este texto habla de mis sentimientos y mi ser que aún no es libre.
El año 2012 estudiaba pedagogía y pese a que no era una alumna brillante siempre había podido concentrarme en los estudios. Pero a mediados de octubre ya no dormía, ya no podía estudiar ni tenía ganas de ir a clases, mis notas bajaron considerablemente y estaba muy preocupada porque el semestre terminaría en unos meses. Entonces decidí ir al psiquiatra de la universidad, porque quería pastillas para poder dormir y rendir en la universidad, una semana después tendría la hora.
Antes del psiquiatra me dijeron que me evaluaría una psicóloga porque me tenían que derivar, entonces acudí a la primera sesión que cambiaría mi vida para siempre.
Antonieta, a quien recuerdo con mucho cariño, me hizo algunas preguntas, pero también se dio la instancia en que le contara que había sido abusada sexualmente por mi padre, para mi un tema más de los de mi vida.
En aquella conversación ella llegó a la conclusión que lo que no me dejaba en paz era saber que mi hermana menor, A, aún vivía sola con mi padre, pues yo y mi hermana del medio, B, ya habíamos salido de casa. Entonces mi gran angustia era pensar que Julio podría estar abusando de mi hermana en secreto, tal como lo hizo conmigo y con B.
Mi hermana A, siempre fue muy tímida y de pocas palabras, con una mirada que te inspiraba pena y dolor, y es que a ella le tocó más difícil en el sentido del abandono, pues mi madre se fue de la casa y nos abandonó con el abusador de Julio cuando ella tenía sólo 6 años y yo 15 años.
Yo en ese tiempo, año 2012, vivía en Santiago en la casa de mis abuelos paternos porque no podía pagar un arriendo y mi hermana B también vivía con nosotros, pues ambas estudiábamos acá.
Después de salir de la consulta de Antonieta, le pedí a mi hermana, B, que nos juntáramos en el patio de la universidad en que ambas estudiábamos. Siempre recordaré ese momento, contarle a mi hermana que era momento de hacer una denuncia en la Fiscalía por el abuso que Julio cometió hacia mí, ella y posiblemente mi otra hermana A.
Mi hermana B también fue abusada por Julio, ambas nos esteramos de lo que le pasaba a la otra en una conversación unos pocos años antes, pero éramos tan inseguras y pequeñas que no pudimos tomar ninguna decisión en ese momento más que enfrentar a Julio en una conversación, donde el admite que abusó de B, pero negó rotundamente hacerme algo a mi.
La denuncia en Fiscalía la hicimos, quisimos con B hacerla por lo que nos había pasado a nosotras, pero la persona que nos tomó la declaración nos dijo que mejor la denuncia fuera por sospecha de abuso hacía A, ya que como el abuso que sufrimos no era reciente no habrían pruebas para comprobarlo y el caso podría tomar mucho tiempo, entonces le hicimos caso y denunciamos.
Mis abuelos paternos nos echaron de su casa a B y a mi tras contarles que éramos abusadas por su hijo y esa noche cada una se fue a casa de amigos mientras pensábamos qué hacer, ella tenía tan sólo 18 y yo 22.
Al día siguiente, viajé a Graneros, pueblo donde vivía Julio y A y le conté a A lo que pasaba, que teníamos miedo por ella, que Julio es un depredador sexual y que la íbamos a sacar de la casa ese mismo día con la excusa de que la llevaríamos de paseo donde la mamá de mi pololo de ese entonces.
Pasaron algunos meses, hubo unas entrevistas en Fiscalía, pero el caso no avanzó y se archivó, pues no se pudo comprobar que hubo abuso físico hacía A.

Maldita justicia en Chile, somos una carpeta más.

El tiempo después a eso no fue fácil. A, B y yo vinimos a vivir a Santiago, arrendamos un departamento para las tres y una amiga, yo dejé la universidad y comencé a trabajar.
No cumplí con las expectativas que B tenía conmigo, pues en ese tiempo viviendo con ellas nunca estuve presente, evadía la estancia en nuestra casa y pasaba mucho tiempo fuera.
La verdad es que nunca supe cómo ser una buena hermana, mi madre siempre fue egoista y no hubo complicidad con de pequeñas con mis hermanas.
Lo siento mucho B por fallarte tanto durante mucho tiempo y que hayas tenido que cargar con toda la responsabilidad, aún trabajo en sanar esa culpa.
Nadie me enseñó a valorar a la familia, de grande los he aprendido, pero A, B y yo ya no somos cercanas.

Mis Sentimientos

Hasta los 8 años viví en una casa donde compartía pieza con mis hermanas y papás, los escuchaba y veía tener relaciones sexuales, Julio me tocaba constantemente cuando me cambiaba de ropa y en otras ocasiones.
Desde los 8 años hasta los 12 años viví en una casa donde la pieza que compartía con mis hermanas no tenía puerta, entonces Julio siempre antes de irse al trabajo pasaba por mi cama y me tocaba los pechos, la vagina y mis piernas. Recuerdo quedarme siempre congelada hasta que a los ocho años luego de que me tocara y después de que él se fue a trabajar me puse a llorar y le conté a mi madre que estaba pasando.
Ella en vez de creerme, cuando llegó la noche actuó como juez y me sentó frente a Julio en una mesa que había en la pieza de ellos que aún recuerdo y me preguntó si era cierto lo que le había contado. Yo era muy tímida y dije que no. Todavía recuerdo los ojos de Julio viéndome y el miedo que yo tenía.
De los 12 hasta los 18 años viví en una casa que tenía una pieza que compartía con mis hermanas. Recuerdo que cuando mis papás estaban en búsqueda de arriendo yo iba con ellos y que esa casa me encantaba porque las piezas tenían puerta, aunque la de nosotras no tenía chapa.
Lo primero que hice al llegar a esa casa fue poner un pestillo, yo misma lo hice… era mi método de protección contra él, ahora no me podrás tocar, pensaba.
Con B siempre recordamos que muchas noches Julio forcejeaba la puerta para poder entrar, y de grandes nos dimos cuenta de que ella tenía tanto miedo como yo cuando eso pasaba.
Julio, siempre tuvo un comportamiento voyerista hacía nosotras, sus hijas. Siempre nos miraba el cuerpo con atención, yo sentía sus ojos siempre sobre mis pechos y nalgas, esa sensación incómoda de que te miran, de que te desvisten con la mirada como cuando estás en la calle y alguien te acosa. Maldito Julio, te odio.
También, en cualquier instancia Julio buscaba la forma de tocarme o decirme algo.
Recuerdo caminar por la casa y que siempre intentaba rozar mis pechos o nalgas con su mano, muchas veces lo conseguía y yo me quedaba con una sensación de corazón apretado. Otra ocasión, en que le ayudaba a arreglar una lámpara y estábamos arreglando un cable y me dice “¿Quieres que te lo ponga, quieres que te lo ponga o no? Y me mira con cara de lujuria, yo sólo tenía 13 años y mi madre ya se había ido de la casa.
Maldito Julio, te odio y esas son algunas de las razones por las que lo hago.
Algo que me ha marcado hasta mi adultez y que estoy trabajando, es pensar que le gusto a todos los hombres o a los que están cerca de mí, que me miran y me desean.
Esto no lo entendí hasta el año pasado, cuando en una de mis reflexiones sobre el abuso sexual me acorde que B me contó que en la casa que vivimos nosotras y donde estuve hasta los 18 años Julio agujeró completamente el baño de la casa y nos observaba.
Yo nunca vi los hoyos, nunca me di cuenta. B me dijo que ella siempre supo, desde que era niña ella los tapaba con confort y cuando se daba cuenta que Julio los había sacado, volvía a tapar.
A veces pienso que Dios me bendijo con mi poca observación, pues si hubiese sabido eso y con lo tímida y depresiva que era quizás me hubiese suicidado.
Julio estuvo mirando mi cuerpo desnudo desde los 12 años hasta mis 18 años e incluso cuando volvía de visita a esa casa, me duele mucho el corazón y mi alma aún por eso, me siento vulnerable, aunque ya no me mire, siento que trajo consecuencias psicológicas en mí. Como lo que les contaba antes, de pensar que todos me miran y desean.
Incluso, desde los 15 hasta los 23 tuve bulimia y vomitaba en ese mismo baño que el tenía agujerado completamente, él me veía vomitar, llorar, cortarme las piernas y brazos, golpearme fuertemente los pechos. Julio es un depredador sexual.
Una vez de grande, a los 16 años pedí ayuda a Julio y mi madre porque estaba totalmente desequilibrada por la bulimia y por mis periodos de anorexia, nadie acudió a mí, nadie me rescató.
Julio siempre era el bueno para todos, el que se preocupaba de las labores el hogar y de sus hijas, el excelente padre.
Julio siempre fue el bueno para todos, el que pasaba tiempo con nosotras sus hijas, el que iba a las reuniones.
Julio siempre fue el bueno para todos.
Y YO siempre fui la que todos pensaba lo quería mucho, la hija que lo acompañaba a maestrear, la hija que le celebraba sus cumpleaños y el día del papá.
Pero después, cuando fui grande y salí de mi casa me di cuenta que no era normal lo que me pasaba, esa sensación de dolor, esa sensación de miedo y me fui de la casa, arranqué de él aunque todos en la familia Benavides Cárdenas pensaban que arrancaba de la pobreza, que arrancaba porque ellos me daba vergüenza.
Ahora, a mis 30 puedo decir que me tocó duro, que fraccionaron mi corazón a tal punto que muchas veces quise morir, que muchas veces quise volar para jamás volver.
Escribo esto porque quiero sanar, quiero ser libre y sacar todas estas emociones de mí.
Quiero dejar de odiar a Julio, pero no lo logro. No lo perdono.
Ni perdono a su familia por abandonarnos cuando más la necesitábamos, a mis abuelos por darnos la espalda, a mi tía Gloria por olvidar que ella fue la imagen de madre que tuvimos cuando grandes y no creernos.
No perdono a la tía Lili por guardar tanto rencor en su corazón y ser ciega de la verdad, no la perdono por golpearme con rabia diciendo que era una mentirosa e interesada.
No perdono a mis primos cercanos Paula, Sandy e Ignacio por ni siquiera llamar o escribir, nos los perdono por no creernos y seguir con sus vidas en familia Benavides Cárdenas, pese a que haya abusadores en ella.
No los perdono porque son adultos que tomaron una decisión que nos separó por el resto de nuestras vidas, porque son adultos ruines que no se sensibilizan con el dolor ajeno.

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